Isabel Viruet, presidenta del Consejo Territorial de ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla y secretaria general de CERMI Andalucía, durante la entrevista Hablar de educación inclusiva en la España de los años 70 era casi como mencionar la física cuántica en la Edad del Cobre. Así que Isabel Viruet, que nació con discapacidad visual en esa época en una familia más que humilde de Carratraca, en la Serranía de Ronda, tuvo que pelear y mucho hasta para ir al colegio. Para ser como los demás. Y lo peleó y lo consiguió. Ganó esa y otras mil batallas. Aquella niña iletrada hasta los 13 años resultó ser brillante y fue luego a la universidad. Y hoy es presidenta del Consejo Territorial de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla y secretaria general de CERMI Andalucía. Locuaz, divertida, exigente, feminista, reivindica los derechos de las mujeres con discapacidad y transita por la vida sin miedo, como aquella niña ciega que escalaba árboles en el pueblo. Su historia es una de las 36 recogidas en ‘El trabajo de la mujer en el siglo XXI’, un libro editado por la Universidad Pablo de Olavide que se presenta el 5 de marzo en su paraninfo. No lo aparenta, pero un rato de conversación como el de esta entrevista lo deja meridianamente claro: Isabel Viruet es puro rock and roll. ¿Qué queda de aquella niña salvaje de un pueblo de la Sierra de Ronda que creció con una discapacidad visual?
Queda mucho. Yo creo que queda la parte inconformista. Sigo siendo salvaje en el sentido de que no me cuestiono si hay peligro. Soy espontánea. Si me apetece correr por un pasillo, lo hago. Esa niña que se iba a los arroyos, que saltaba por los árboles o que iba en bicicleta sin ver sigue estando ahí. Yo sigo siendo la misma. Esa parte de inconformismo, de querer luchar por lo que quiero, no parar hasta conseguirlo. Yo quería ir al colegio y tardé años, pero fui. Quería ser como los demás. Y eso es lo queda de aquella niña. Pero no lo tuvo fácil aquella niña. Tuvo que pelear mucho. Cuando miro atrás, me doy cuenta de que no lo tuve fácil, porque vivía en el ámbito rural, porque era una mujer, porque mis padres económicamente estaban mal… Sin embargo, a diferencia de otras personas con discapacidad, no hablo de mi infancia y de mi juventud con dolor. Mi infancia fue bonita porque no era consciente de las dificultades que tenía. Yo quería cosas y sabía que esas cosas las tenía que pelear. Pero esa pelea no la veía como algo doloroso, sino como algo divertido, tenía retos que iba alcanzando. Tuve que pelear hasta por hacer la comunión, hoy no sé si por creencias o por ponerme un vestido. Y al final la hice. ¿Y cómo fue la adolescencia? Esa es una época convulsa emocionalmente para la mayoría. La adolescencia fue dura también. Es una época complicada en cuanto a amores, desengaños… Cuando tú a eso le unes el riesgo de una niña con discapacidad, la protección de los padres, de los hermanos, por un posible embarazo, porque te hagan daño… Además tus amigos y amigas se alejan un poco y te dejan al margen… ¿Por qué? Porque para ellos era una responsabilidad muy grande. Y hay que entenderlo y no hay que mirarlo con rencor. Has mencionado de pasada una cierta sobreprotección de tu entorno ante las relaciones afectivas y sexuales ¿Sigue siendo un problema para la sociedad aceptar con normalidad que una mujer con discapacidad viva plenamente esos aspectos de su vida? No se entiende. Para la sociedad somos niñas. Como los demás lo ven como un riesgo, pues tratan de protegerte, como si corrieras el peligro de caerte por una montaña. Lo veo casi como algo natural. Entienden que la sexualidad es un riesgo, porque te puedes quedar embarazada, porque te pueden herir, por no sé cuánto, porque no sé qué…. Entonces, la forma de evitar todo eso para padres, cuidadoras y demás es que no conozcas los riesgos. Yo, como mujer, quiero vivir libremente mi sexualidad. Y eso significa que puedo vivirla en pareja, independientemente e incluso puedo vivirla con otra persona sin ser mi pareja. La vida es enamorarse y desenamorarse. Y sufrir por amor. Es parte de la vida… Llorar por amor o porque te hagan daño en tus relaciones es parte de la vida. Y queremos vivir. La sobreprotección a las personas con discapacidad carga de culpa a su entorno. Pasa también con los niños y niñas. Un niño con discapacidad tiene que caerse, y se le tienen que romper las gafas y tiene que ir con las rodillas raspadas a la casa y con un brazo escayolado. Como todos los niños. Y si montamos un drama porque un niño se cae en el recreo, igual los demás niños, si sienten que no son capaces de evitar que se caiga, pues tienden a alejarse de él. Quizá no es políticamente correcto lo que estoy diciendo. Le digo a mi gente que vivimos en el mundo que nos ha tocado vivir y te adaptas o el mundo te expulsa. Sin embargo, perteneces a ONCE, que es una organización que trabaja por transformar la realidad, y eres secretaria general de CERMI Andalucía, que también trabaja en ese sentido. Claro, primero preparamos a las personas para que se adapten a la realidad que les ha tocado vivir. Y también, al mismo tiempo, trabajamos para que la sociedad nos lo ponga más fácil. Mientras tanto, hay que vivir, hay que estudiar, trabajar, salir a la calle… ¿Qué otras formas de discriminación has sentido por ser mujer y además ser una mujer con discapacidad? Una de las formas más claras de discriminación para las mujeres con discapacidad en el ámbito rural se da en el trabajo. Allí, una mujer con discapacidad visual no puede limpiar, no puede irse al campo. Las mujeres con discapacidad visual tenemos la suerte de contar con la ONCE, que llega a todos los rincones. Pero las mujeres con otro tipo de discapacidad no tienen las mismas oportunidades para formarse y buscar empleo en otros sectores fuera del ámbito rural. Actualmente, tienes puestos de responsabilidad importantes. Eres presidenta del Consejo Territorial de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla y secretaria general de CERMI Andalucía. Antes, has tenido trabajos muy diversos: en el campo, clases particulares, vendedora de productos de la ONCE. ¿Qué aprendiste con ellos? Te ponen los pies en el suelo. Cuando trabajé con mis padres en el campo haciendo lo que podía, como clasificando o pelando almendras, aprendí lo duro que era en aquella época criar a tres hijos, yo con discapacidad, y darnos una vida muy digna. Te enseña que el esfuerzo vale la pena. En cuanto a mis 17 años como vendedora del cupón de la ONCE, me di cuenta de que esta institución hace una labor muy importante y la puede hacer gracias a la solidaridad de la gente que compra sus productos. Aprendí que era muy importante también que los vendedores trasladáramos a la sociedad lo que hace la ONCE con ese dinero en la formación de las personas ciegas y en la protección de personas con otras discapacidades. Al asumir luego esas responsabilidades de gestión y de representación, ¿has sentido vértigo alguna vez? Sí. Siempre. Y No se me quita. Yo no siento que sea diferente a cuando trabajaba en el campo, vendía cupones o daba clases particulares. Llevo en despachos desde 2011. Y me siento como una mujer del campo y como una vendedora de productos ONCE. Mi primer reto en estas responsabilidades es no fallar. Lo primero es no querer fallar a quien ha contado contigo para su equipo o a los 16.000 afiliados de la ONCE en Andalucía que me dieron con su voto la posibilidad de estar aquí. Eso te lleva a una autoexigencia muy grande. Tu historia aparece recogida entre las de otras 36 mujeres en el libro ‘El trabajo de la mujer en el siglo XXI’ (editado por la Universidad Pablo de Olavide, se presenta el 5 de marzo). Sé que la redacción de ese capítulo no fue fácil para ti emocionalmente. ¿Por qué? Pongo mi alma ahí y cuento cosas que pensé que no iba a saber nunca nadie. Y hablar de la sexualidad cuando has vivido una vida en la que eso se ha tapado es muy complicado. Y sobre todo, me daba pudor hablar de mis sentimientos. Cuesta mucho. Pero cuesta más aún recordar cosas que dabas por cerradas. Te reconozco que he derramado más una y más de dos lagrimillas porque ha hecho que recuerde cosas que sí me hicieron daño y que no he contado. Más allá de la trascendencia de esas páginas en tu entorno, ¿crees que tu historia ayudará a otras mujeres? Cuando me lo propusieron, yo no pensé lo que suponía. Me dijeron que en ese libro tenían que estar representadas las mujeres con discapacidad y no dudé en colaborar. Luego, pensé que no era capaz… Que no podía y seguí pensándomelo. A la mañana siguiente me pregunté ¿y si mi historia sirve para que la sociedad entienda que las mujeres con discapacidad al fin y al cabo somos mujeres como las demás? Al final decidí que valía la pena el esfuerzo. Lo que soñamos también nos define. ¿Con qué sueñas, Isabel? Sueño con que la vida sea más fácil para las personas con discapacidad y que lo hagan posible las personas que no tienen discapacidad, incluyendo a las familias. Se tienen que concienciar de que no somos niñas pequeñas y que nos tienen que dejar caer y levantarnos. Y, por otra parte, que las personas con discapacidad crean en ellas mismas. En lo personal, mis sueños son muy sencillos: seguir disfrutando de mi familia, tener tiempo con ellos. Y calma, con la vida tan acelerada que tengo, calma en el campo disfrutando de la naturaleza con mi gente. Y ya está.
1 Comentario
Elena Kondaurova
7/23/2022 07:44:17 am
Me gustaría formar una parte de vuestro equipo. Tengo estudios de grado superior de integración social y ahora mismo estoy cruzando estudios del grado Trabajadora social en la UNED de Almería. Soy una persona muy
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CON NOMBRE PROPIOUn espacio de entrevistas y reportajes que tiene como protagonistas a quienes trabajan por los derechos de las personas con discapacidad y por una sociedad más inclusiva. Archivos
Enero 2024
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